19/09/2016
Analiza sintácticamente:
No pidas a quien más tiene, sino a quien sabes que te quiere.
19/09/2016
COMENTARIO LITERARIO. (Dentro de unos días daré alguna pista).
LA CONQUISTA.
La columna partió al rayar el alba. Los jefes, con criterio
encomiable, consideraron que los hombres merecían el beneficio de hacer la peor
parte de la faena antes de que el sol estuviera demasiado alto y hasta las
moscas se aplastaran a la sombra de las chumberas. Pese a ello, a los quince
minutos de marcha por aquellos andurriales infames, Andreu empezó a notar cómo
el sudor resbalaba por su espalda. El, como el resto de los hombres de su
sección, llevaba encima todo el equipo individual. Si las cosas salían según lo
previsto, para él y para sus compañeros aquel viaje sería sólo de ida. Desde un
recodo del camino se volvió a contemplar la imagen ya familiar de Sidi Dris,
suspendida sobre la neblina matinal que difuminaba el mar. Durante semanas le
había parecido un agujero miserable, pero comparado con el lugar donde a partir
de aquel día iba a vivir podía considerarse un palacio. Por lo pronto, el lugar
donde a partir de aquel día iba a vivir ni siquiera existía aún, aunque ya
tenía nombre: Talilit. Lo que les tocaba aquella mañana era tomarlo y
construirlo, y llenar aquel nombre, hasta entonces vacío, con la tristona decoración
de una posición militar de vanguardia: las defensas exiguas, las tiendas
cónicas y polvorientas, los soldados asustados.
El movimiento táctico, aunque a Andreu eso no le interesaba
mucho ahora, había sido diseñado con relativa competencia. Desde el campamento
general había partido poco antes del amanecer otra columna, con la que
establecería contacto la de Sidi Dris a los pies de Talilit. Desde ambos
flancos progresarían en pinza sobre la cota, batiendo siempre el frente donde
podía surgir hipotéticamente alguna oposición. Una vez tomada la cota, se
desplegarían las avanzadillas y comenzaría el trabajo de los ingenieros.
En realidad era una rutina archisabida, repetida decenas de
veces por los europeos en decenas de lomas Africanas, sobre todo en aquella
tierra montañosa, donde la obsesión del guerrero venía siendo, desde hacía
muchos siglos, ocupar una posición más alta que la de su adversario. Para los
montañeses, nada había más placentero que hostigar desde arriba a los intrusos,
dominándolos en todo momento y forzándolos a reptar por los desfiladeros.
Sin embargo, para Andreu y para muchos de sus compañeros,
aquélla era la primera vez. Nunca antes habían marchado así por los caminos de
África, con la misión de abrirse paso y conquistar un pedazo de aquel
territorio levantisco. Hasta entonces no habían conocido más que el
interminable sopor de la guarnición y el pavor fugaz e insólito de haber
permanecido asediados durante el fallido asalto a Sidi Dris. Pero caminar entre
aquellos montes era una sensación bien diferente. A Andreu, que había pasado
casi toda su vida en una ciudad, le impresionaba el campo Africano. Le
impresionaban sus formas quebradas, sus colores implacables, sus olores recios
como vergajazos. Avanzando entre todos aquellos estímulos poderosos, y aunque
fuera acompañado de cientos de hombres, se sentía expuesto y a merced de todos
los peligros. Si lo pensaba, quienes con él marchaban y él mismo no eran más
que un puñado de desgraciados sosteniendo el empeño risible de querer imponerse
a aquel país arduo y cruel. Quizá por eso, porque todos eran conscientes de la
vanidad del intento y sentían la misma inquietud por su suerte, la columna se
movía en un espeso silencio, sólo roto por el arrastrar de pies y el ruido
laborioso de las caballerías y la impedimenta.
Ni siquiera quienes ya habían vivido aquello, o ellos menos
que nadie, tenían el ánimo para fiestas. Naturalmente, siempre había
excepciones, y a medida que la luz se fue haciendo más viva, algunos se
sintieron lo bastante expansivos como para empezar incluso a hacer bromas. Uno
de éstos era Rosales, cabo y veterano que había intimado con Andreu desde la
noche en que estando ambos de guardia el moro había degollado al pobre Pulido.
También él iba a quedarse en Talilit, y la idea le gustaba, decía, tanto como
comerse una mierda de mulo. Pero se esforzaba por conservar el humor.
— Vaya jeta fúnebre, catalán -se burló, dándole una palmada
a Andreu.
— Bueno -contestó Andreu, gravemente-. Ojalá me confunda,
pero me da que vamos más de funeral que de bautizo.
— No jodas, Andreu. No me empieces como Pulido, que ya viste
que el que la mienta se la termina echando encima.
Esto es más ruido que nueces, ya lo vas a ver. Me apuesto
contigo unas suculentas sardinas de intendencia a que llegamos a ese Talilit o
como se llame, montamos un espectáculo de cojones y no aparece ni un solo moro.
Como unas maniobras. Fijo, tú.
— Ojalá, te digo.
— Pues claro, hombre. Te voy a contar un secreto sobre los
mojames, que sólo lo saben los que se las han pelado con ellos un par de veces
por lo menos. No esperes que ninguno se te ponga delante cuando estás atacando,
con los cañones y las ametralladoras y todo este follón que llevamos. Entonces
se quedan retrepados en sus agujeros, mirando hasta dónde llegas, y si llegas
mucho, ellos se van más atrás.
Cuando la cagas con ellos es cuando te quedas a esperarlos.
Porque los muy maricones siempre esperan a que tú dejes de
esperar y entonces te la dan. En realidad, sólo hay una cosa peor.
A Rosales se le había enfriado súbitamente la sonrisa.
Andreu no tenía costumbre de quedarse a medias, y le preguntó: -¿Qué cosa?
Rosales meneó la cabeza, antes de responder.
— Lo peor con los mojamés, catalán, es cuando les das la
espalda. La retirada, el repliegue, salir de naja, como leche quieras llamarlo.
Y si lo haces sin organizarte, entonces estás listo. -¿Lo dices por experiencia?
— No te lo voy a contar ahora. Fue por la zona de Dar Dríus,
hace bastante. La verdad es que prefiero olvidarlo, compañero. Sólo te digo una
cosa: no les des la espalda nunca.
Si te ves mal, aguanta hasta el penúltimo cartucho, y el
último te lo gastas en los sesos. Ese favor que te harás.
Andreu se quedó meditando sobre las palabras de Rosales, con
un aire tan serio que el cabo se sintió un poco culpable.
— Pero eso será cualquier otro día, si es -volvió a
animarle-.
Hoy prepárate sólo para oír tracas de feria. Además, nunca
te olvides de que la peor parte se la comen los policías y los regulares, que
para eso los tenemos.
8/10/2015
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AYUDA PARA COMENTAR TEXTOS LITERARIOS
COMENTARIO: Explica las figuras retóricas que hay en este poema.
Puedes ayudarte del anexo que hay en los apuntes de M. H.
POEMA “CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO”
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trato de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un dia iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
AYUDA BÁSICA PARA COMENTAR EL POEMA:
CANCIÓN DEL ESPOSO
SOLDADO.
Viento del pueblo.
El impulso de fusión amorosa se
manifestaba en Perito en lunas
"sin vértice de amor"; después
es instigación de los apetitos, tentación de la carne, contra la que ascética y
cristianamente lucha el poeta "Miguel
de las batallas", según Sijé-, en una tensión que inspira numerosos
poemas. Al no alcanzar su natural destino
en la mujer amada, esta pulsión genera una angustia existencial que se expresa
a través de la pena de El rayo que no cesa; poco
más tarde se produce un cambio en su actitud vital por el que el poeta cesa de
oponer resistencia a esa llamada de
la sangre y busca, por el contrario, anegarse en su torrente. La «Canción del
esposo soldado» puede considerarse poesía de plenitud porque supone la
culminación de ese proceso evolutivo, el cumplimiento del designio inscrito en la raíz más profunda de la
propia naturaleza humana: la unión amorosa de los cuerpos y las sangres que engendra una nueva vida.
"Necesito extender este imperioso reino, / prolongar a mis padres hasta la
eternidad", escribía Hernández en
«Mi sangre es un camino»; y "De sangre en sangre vengo", / como el
mar de ola en ola", en «Sino sangriento». Cuando en la «Canción del
esposo soldado» escribe "he prolongado el eco de sangre a que respondo", no sólo está manifestando un
sentimiento de plenitud en su propia experiencia, sino que también está expresando una cosmovisión personal, acabada y coherente.
En esa visión del mundo se integran ahora, de manera congruente, elementos de
muy variada procedencia. Señala Agustín Sánchez Vidal las resonancias que en el
poema pueden percibirse de fray Luis de León ("Mis pechos son torre bien
fundada' dice la Esposa
en su versión del Cantar de los cantares, antes de que Hernández hable de esta
"morena de altas torres"), de San Juan de la Cruz (ya desde el título, o
esa "cierva concebida"), de Jorge Manrique ("gran trago de mi
vida") de Neruda (el cerezo que revienta su piel por exceso de savia
procede de los poemas «Melancolía de las familias» y «Materia nupcial», de Residencia en la tierra), de Espronceda ("abre su seno hambriento el
ataúd", puede leerse en El diablo mundo); etc. A ellas habría que añadir
el eco de Quevedo ("y te quisiera besar con todo el pecho / hasta en el
polvo, esposa") y también el de Gabriel
y Galán, que en «Las sementeras», poema de Nuevas castellanas, establece la
relación entre las sementeras del
campo y las del hogar en los siguientes términos: "¡Aquélla del hogar sí
que es hermosa! / ¡Aquélla sí que es santa
sementera! / (...) / Dios encendió en el cielo de la vida / el sol de los
amores para ella / para que al fuego santo / los cuerpos y las sangres
se fundieran". Motivos del más diverso origen se incorporan a una voz
absolutamente
personal,
que expone una concepción de la vida original e inconfundible.
Se ha señalado con
frecuencia, como una de las características más destacadas de este poema, la
perfecta conjunción que en él se produce
de lo personal y lo colectivo, la armonía entre el tono lírico y el épico. Es
la propia experiencia la que se
refleja en sus versos, son sus sentimientos los que expresa Miguel Hernández en
su «Canción»: en carta a Josefina de
7 de mayo de 1937, al conocer que estaba embarazada, le escribe: "Ya me
parece que eres de cristal y que en
cuanto te des un golpe, por pequeño que sea, te vas a romper, te vas a
malograr, me voy a quedar sin ti"; pasaje que casi literalmente reproduce
en el poema. Pero el esposo es también soldado, y como tal, a partir ya de la
tercera estrofa, asume e incorpora en esa primera persona en la que escribe a
todos los soldados que puedan estar
en situación semejante. El amor a la esposa y su recuerdo constituyen una
afirmación de la vida frente a la muerte que ronda en el campo de batalla. La
contraposición vida / muerte es, en las circunstancias en que se escribe el poema, mucho más que un recurso literario:
refleja con fuerza conmovedora la terrible realidad de la guerra (la imagen de "los ataúdes feroces en acecho"
y el verso "Es preciso matar para seguir viviendo" resultan
terribles). Pero es precisamente ese
amor el que despoja de fiereza al soldado ("y dejaré a tu puerta mi vida
de soldado / sin colmillos ni
garras"), según una percepción que se emparenta con la «Canción primera»
de El hombre acecha y, sobre todo, con el poema 76 del Cancionero y romancero de ausencias: "Vino. Dejó las armas, / las
garras, la maleza...". El hijo se
convierte en la causa final que justifica la lucha ("y defiendo tu vientre
de pobre que me espera / y defiendo tu hijo").
Es interesante reproducir aquí lo que en febrero de 1937 había escrito
Hernández en carta a su esposa: "Tienes que llegar a comprender que con la guerra que nos han traído no defendemos
más que el porvenir de los hijos que hemos
de tener. Yo no quiero que esos hijos nuestros pasen las penalidades, las
humillaciones y las privaciones que nosotros
hemos pasado, y no solamente nuestros hijos, sino todos los hijos del mundo que
vengan". Ya través del hijo se
abre también la puerta a la esperanza de la paz venidera ("Para el hijo
será la paz que estoy forjando"). Todas las estrofas de la «Canción» (serventesios alejandrinos) presentan un
ritmo de pie quebrado: terminan con un verso heptasílabo que comunica al poema
un tono solemne de una cierta contención; la emotividad sin embargo desborda
estos límites y convierte las dos últimas estrofas en serventesios cuyos
últimos versos cuentan también catorce sílabas. Si Quevedo cantaba el amor constante más allá de la muerte
("Polvo serán, mas polvo enamorado"), Hernández recrea tal
idea magistralmente en los versos con que clausura su canción: "Y al fin
en un océano de irremediables
huesos
/ tu corazón y el mío naufragarán, quedando / una mujer y un hombre gastados
por los besos"