OPOSICIONES. COMENTARIO II

COMENTARIO:

POEMA “CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO”

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trato de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un dia iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

ANEXO PARA COMENTAR EL POEMA:

CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO.


 Viento del pueblo. El impulso de fusión amorosa se manifestaba en Perito en lunas "sin vértice de amor"; después es instigación de los apetitos, tentación de la carne, contra la que ascética y cristianamente lucha el poeta "Miguel de las batallas", según Sijé-, en una tensión que inspira numerosos poemas. Al no alcanzar su natural des­tino en la mujer amada, esta pulsión genera una angustia existencial que se expresa a través de la pena de El rayo que no cesa; poco más tarde se produce un cambio en su actitud vital por el que el poeta cesa de oponer resisten­cia a esa llamada de la sangre y busca, por el contrario, anegarse en su torrente. La «Canción del esposo soldado» puede considerarse poesía de plenitud porque supone la culminación de ese proceso evolutivo, el cumplimiento del designio inscrito en la raíz más profunda de la propia naturaleza humana: la unión amorosa de los cuerpos y las sangres que engendra una nueva vida. "Necesito extender este imperioso reino, / prolongar a mis padres hasta la eternidad", escribía Hernández en «Mi sangre es un camino»; y "De sangre en sangre vengo", / como el mar de ola en ola", en «Sino sangriento». Cuando en la «Canción del esposo soldado» escribe "he prolongado el eco de sangre a que respondo", no sólo está manifestando un sentimiento de plenitud en su propia experiencia, sino que también está expresando una cosmovisión personal, acabada y coherente. En esa visión del mundo se integran ahora, de manera congruente, elementos de muy variada procedencia. Señala Agustín Sánchez Vidal las resonancias que en el poema pueden percibirse de fray Luis de León ("Mis pechos son torre bien fundada' dice la Esposa en su versión del Cantar de los cantares, antes de que Hernández hable de esta "morena de altas torres"), de San Juan de la Cruz (ya desde el título, o esa "cierva concebida"), de Jorge Manrique ("gran trago de mi vida") de Neruda (el cerezo que revienta su piel por exceso de savia procede de los poemas «Melancolía de las familias» y «Materia nupcial», de Residencia en la tierra), de Espronceda ("abre su seno hambriento el ataúd", puede leerse en El diablo mundo); etc. A ellas habría que añadir el eco de Quevedo ("y te quisiera besar con todo el pecho / hasta en el polvo, esposa") y también el de Gabriel y Galán, que en «Las sementeras», poema de Nuevas castellanas, establece la relación entre las sementeras del campo y las del hogar en los siguientes términos: "¡Aquélla del hogar sí que es hermosa! / ¡Aquélla sí que es santa sementera! / (...) / Dios encendió en el cielo de la vida / el sol de los amores para ella / para que al fuego santo / los cuerpos y las sangres se fundieran". Motivos del más diverso origen se incorporan a una voz absolutamente
personal, que expone una concepción de la vida original e inconfundible.
Se ha señalado con frecuencia, como una de las características más destacadas de este poema, la perfecta conjunción que en él se produce de lo personal y lo colectivo, la armonía entre el tono lírico y el épico. Es la propia experiencia la que se refleja en sus versos, son sus sentimientos los que expresa Miguel Hernández en su «Canción»: en carta a Josefina de 7 de mayo de 1937, al conocer que estaba embarazada, le escribe: "Ya me parece que eres de cristal y que en cuanto te des un golpe, por pequeño que sea, te vas a romper, te vas a malograr, me voy a quedar sin ti"; pasaje que casi literalmente reproduce en el poema. Pero el esposo es también soldado, y como tal, a partir ya de la tercera estrofa, asume e incorpora en esa primera persona en la que escribe a todos los soldados que pue­dan estar en situación semejante. El amor a la esposa y su recuerdo constituyen una afirmación de la vida frente a la muerte que ronda en el campo de batalla. La contraposición vida / muerte es, en las circunstancias en que se escribe el poema, mucho más que un recurso literario: refleja con fuerza conmovedora la terrible realidad de la guerra (la imagen de "los ataúdes feroces en acecho" y el verso "Es preciso matar para seguir viviendo" resultan terribles). Pero es precisamente ese amor el que despoja de fiereza al soldado ("y dejaré a tu puerta mi vida de soldado / sin colmi­llos ni garras"), según una percepción que se emparenta con la «Canción primera» de El hombre acecha y, sobre todo, con el poema 76 del Cancionero y romancero de ausencias: "Vino. Dejó las armas, / las garras, la maleza...". El hijo se convierte en la causa final que justifica la lucha ("y defiendo tu vientre de pobre que me espera / y defiendo tu hijo"). Es interesante reproducir aquí lo que en febrero de 1937 había escrito Hernández en carta a su esposa: "Tienes que llegar a comprender que con la guerra que nos han traído no defendemos más que el porvenir de los hijos que hemos de tener. Yo no quiero que esos hijos nuestros pasen las penalidades, las humillaciones y las privaciones que nosotros hemos pasado, y no solamente nuestros hijos, sino todos los hijos del mundo que vengan". Ya través del hijo se abre también la puerta a la esperanza de la paz venidera ("Para el hijo será la paz que estoy forjando"). Todas las estrofas de la «Canción» (serventesios alejandrinos) presentan un ritmo de pie quebrado: terminan con un verso heptasílabo que comunica al poema un tono solemne de una cierta contención; la emotividad sin embargo desborda estos límites y convierte las dos últimas estrofas en serventesios cuyos últimos versos cuentan también catorce síla­bas. Si Quevedo cantaba el amor constante más allá de la muerte ("Polvo serán, mas polvo enamorado"), Hernández recrea tal idea magistralmente en los versos con que clausura su canción: "Y al fin en un océano de irremediables

huesos / tu corazón y el mío naufragarán, quedando / una mujer y un hombre gastados por los besos"